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Ruta "Isabel la Católica"

Mayo 2.015

 

       Ruta clásica la  realizada el 31 de mayo por Las Villuercas.  Sin duda la más dura de las que ha llevado a cabo el Club, pues los trescientos metros de desnivel en tres kilómetros, la mayoría de ellos por rocas y piedras sueltas, se hicieron especialmente duros para algun@s caminantes no acostumbrados, aunque los más preparados también resoplaban en ese terreno.

       Sobre las 9:30 comenzamos a caminar desde el inicio de la ruta en Cañamero. Bajamos hacia el Río Ruecas y paralelos a él, llegamos a la Cueva Chiquita o de Álvarez, donde pudimos ver las pinturas rupestres que hay en la misma desde la plataforma que construyó la Junta de Extremadura.

       Volviendo sobre nuestros pasos, nos dirigimos hacia la piscina natural de Cañamero, donde existe un paso sobre sus compuertas por el que atravesamos el Río Ruecas. A partir de ahí empezamos una subida durilla que nos llevó hasta la presa del Embalse Cancho del Fresno. Una vez arriba, pudimos comprobar la belleza del paisaje, el sol quedaba a nuestras espaldas  y el cielo se reflejaba en el agua azul celeste, que con el fondo de montañas, parecía que estuviésemos en un país nórdico.  Durante más de tres kilómetros fuimos bordeando el embalse y disfrutando de unas vistas espectaculares.

       Un indicador nos señaló más adelante el camino, abandonando el embalse y comenzó una dura subida, por terreno rocoso y mucha piedra suelta, por lo que tuvimos que llevar un cuidado especial en no torcernos un tobillo. La temperatura comenzaba a subir y había que hidratarse, por lo que llegado al punto de la Cruz de Andrada,  hicimos un alto para descansar y hacer un avituallamiento.  Antes, algunos caminantes se habían entretenido a coger cerezas  de unos árboles que nacían entre multitud de helechos.  La citada Cruz de Andrada fue erigida por un hijo a su padre, asesinado en ese punto al ser asaltado por unos ladrones.  Existen dos teorías del motivo del asesinato, una por ser recaudador de impuestos, para robarle el dinero y otra que era pielero, para robarle las pieles.

       A partir de ese punto, una pequeña bajada hasta la Fuente y Charca de la Alevosilla y a partir de ahí, nuevamente una dura subida por el mismo terreno de piedras, que nos llevó hasta el lugar conocido como Melonar de los Frailes.  Sencillamente, aquí no había camino. Hubo que transitar durante al menos cien metros sobre una montonera de peñascos, aumentando el peligro de sufrir una torcedura de tobillos.  Afortunadamente se salvó el terreno sin incidencias, pero el personal iba resoplando, pues la inclinación del terreno era elevada.  Sin dejar de ascender, pero con terreno más firme, llegamos hasta el Castaño del Abuelo.  Árbol con más de 600 años, con el tronco hueco de unos tres metros de diámetro.  Lugar apropiado y fresco donde hicimos un descanso y avituallamiento para reponer fuerzas y donde aparecieron Miguel y Agustín, que venían haciendo la ruta a la inversa desde Guadalupe.

       Unos doscientos metros más de subida y alcanzamos el punto más alto de nuestra ruta y a partir de ahí un descenso de varios kilómetros no sin dificultad, entre robles y castaños.  Más de uno se quejaba de las rodillas y los gemelos.  Pronto comenzamos a divisar Guadalupe y los ánimos subían.  Pasamos junto a la Ermita de Santa Catalina, que no pudimos visitar por estar cerrada.  Seguimos descendiendo, ya por una pista polvorienta hasta el Río Guadalupejo, donde tras pasar el puente comenzó otra subida, esta vez para alcanzar el pueblo.  Pasamos por la Fuente del Piojo, lugar donde, según cuenta la leyenda, tenían que parar los peregrinos para quitarse los piojos, requisito para entrar en la Villa.

       Antes de alcanzar la Plaza Mayor de Guadalupe, pasamos por una bonita plazuela, donde se encuentra la Fuente de los Tres Chorros, la más famosa de la localidad y por fin alcanzamos nuestro final de ruta frente al majestuoso Monasterio de Guadalupe, donde nos encontramos a los compañeros que decidieron realizar solo la excursión para visitar la Villa.  Cervecitas merecidas y la tradicional morcilla lugareña para aderezar el momento. 

          A destacar, que el socio nº 100 del Club, el que cierra la lista y que no había venido nunca a andar, Emilio, se estrenó con nota, pues sin estar preparado se chupó toda la ruta con una simple botellita de agua. Eso sí, también se le escuchó decir que era la primera ruta, pero posiblemente la última…

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